Conferencia del 21/06/85 en la 1ra Asamblea Mundial de Educación de Adultos
Estas virtudes no pueden ser vistas como algo con lo cual uno nace o como un regalo que uno recibe, sino como una forma de ser, de encarar, de comportarse, de comprender, todo lo cual se crea a través de la práctica, en búsqueda de la transformación de la sociedad.
No son cualidades abstractas, que existen antes que nosotros, sino que se crean con nosotros (y no individualmente).
Las virtudes de las cuales voy a hablar no son virtudes de cualquier educador, sino de aquellos que están comprometidos con la transformación de la sociedad injusta, para crear una sociedad menos injusta.
Discurso y práctica.
1. Ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace.
La primera virtud o cualidad que me gustaría subrayar, es la virtud de la coherencia. La coherencia entre el discurso que se habla y que anuncia la opción, y la práctica que debería estar confirmando el discurso.
Esta virtud enfatiza la necesidad de disminuir la distancia entre el discurso y la práctica.
Esto no es fácil de lograr.
Cuando me refiero a esta virtud, al nivel más grande de la lucha política, yo digo que hay que disminuir la distancia entre el discurso de candidato y la práctica del que resulta elegido, de tal manera que en algún momento la práctica sea discurso y el discurso sea práctica.
Obviamente que en este intento de coherencia, es necesario señalar en primer lugar, que no es posible alcanzar la coherencia absoluta y que, en segundo lugar, ello sería un fastidio.
Imagínense ustedes que uno viviera de tal manera la coherencia, que no tuviera la posibilidad de comprender lo que es coherente, porque sólo se es coherente!. Entonces no se sabe lo que es.
Se necesita ser incoherente para transformarse en coherente.
Hay, sin embargo, un mínimo tolerado para la incoherencia. Yo no puedo proclamar mi opción por una sociedad justa, participativa y, al mismo tiempo, rechazar a un alumno que tienen una visión crítica de mí como profesor.
Palabra y silencio.
2. Saber manejar la tensión entre la palabra y el silencio.
Otra virtud que emerge de la experiencia responsable, es la virtud de aprender a lidiar con la tensión entre al palabra y el silencio. Esta es una gran virtud que los educadores tenemos que crear entre nosotros.
¿Qué quiero decir con esto?
Se trata de trabajar esa tensión permanente que se crea entre la palabra del educador y el silencio del educando, entre la palabra de los educandos y el silencio del educador.
Si uno, como educar, no resuelve bien esta tensión, puede que su palabra termine por sugerir el silencio permanente de los educandos.
Si no sé escuchar y no doy el testimonio a los educandos de la palabra verdadera a través de exponerme a la palabra de ellos, termino discurseando “para” ellos. Hablar y discursear “para” termina siempre en hablar “sobre”, que necesariamente significa “contra”.
Vivir apasionadamente la palabra y el silencio, significa hablar “con” los educandos, para que también ellos hablen “con“ uno.
Los educandos tienen que asumirse también como sujetos del discurso, y no como repetidores del discurso o de la palabra del profesor.
Vivir esta experiencia de la tensión entre la palabra y el silencio no es fácil. Demanda mucho de nosotros.
Hay que aprender algunas cuestiones básicas como éstas, por ejemplo: no hay pregunta tonta, ni tampoco hay respuesta definitiva.
La necesidad de preguntar es parte de la naturaleza del hombre. El orden animal fue dominando el mundo y haciéndose hombre y mujer sobre la base de preguntar y preguntarse.
Es preciso que el educador testimonie en los educandos el gusto por la pregunta y el respeto a la pregunta.
La pregunta es fundamental, engarzada en la práctica.
Por ejemplo, a veces el educador percibe en una clase que los alumnos no quieren correr el riesgo de preguntar, justamente porque a veces temen a sus propios compañeros.
Yo no tengo duda en decir que, a veces, cuando los compañeros se burlan de una pregunta, lo hacen como una forma de escaparse de la situación dramática de no poder preguntar, de no poder afirmar una pregunta.
A veces el propio profesor, frente a la pregunta que no viene bien organizada, dibuja una sonrisa, de esas que todo el mundo sabe qué significan por su manera especial de sonreír.
No es posible este modo de comportarse porque conduce al silencio. Es una forma de castrar la curiosidad, sin la cual no hay creatividad.
Es necesario desarrollar una pedagogia de la pregunta, porque lo que siempre estamos escuchando es una pedagogía de la contestación, de la respuesta.
De manera general, los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
Subjetividad y objetividad.
3. Trabajar críticamente la tensión entre la subjetividad y la objetividad.
Otra virtud es la de trabajar en forma crítica la tensión entre subjetividad y objetividad, entre conciencia y mundo, entre ser social y conciencia.
Es difícil definir esta tensión porque ninguno de nosotros escapa a la tentación de minimizar la objetividad y reducirla al poder de la subjetividad todopoderosa. Entonces se dice que la subjetividad arbitrariamente crea lo concreto, crea la objetividad.
No se puede transformar el mundo, la realidad, sin transformar las conciencias de las personas: ese es uno de los mitos en que miles de personas han caído: primero se transforma el corazón de las personas y, cuando se tiene una humanidad bella, llena de seres angelicales, entonces esta humanidad hace una revolución que es divina también...... Esto simplemente no existe, jamás existió.
La subjetividad cambia en el proceso de cambio de la objetividad.
Yo me transformo al transformar. Yo soy hecho por la historia, al hacerla.
Otro equívoco que está en esta tensión es el de reducir la subjetividad a un puro reflejo de la objetividad. Entonces, esta ingenuidad asume que solo debe transformarse la objetividad para que, al día siguiente, cambie la subjetividad. No es así, porque los procesos son dialécticos, contradictorios, procesuales.
Cuando yo les digo que es difícil que uno ande por las calles de la historia sin sufrir alguna de estas dos tentaciones, quiero decir que yo también tuve estas tentaciones y anduve cayéndome un poco para el lado de la subjetividad.
Recuerdo, por ejemplo, que en la “Educación como Práctica de la Libertad” tuve algunos momentos que anunciaban que había sido picado por el subjetivismo.
Cuando leo la palabra “concientización” – palabra que nunca más usé desde 1972 – la impresión que tengo es que el proceso de profundización de la toma de conciencia aparecía en ciertos momentos de mi práctica como algo subjetivo.
Me autocritique cuando vi que parecía que yo pensaba que la percepción crítica de la realidad ya significaba su transformación. Esto es idealismo. Superé esas fases, esos momentos, esas travesías por las calles de la historia en que fui picado por el sicologismos o por el subjetivismo.
Aquí y allá.
4. Diferenciar el aquí y el ahora del educador, y el aquí y el ahora del educando.
Otra virtud del educador y la educadora, es cómo no sólo comprender sino vivir la tensión entre el aquí y el ahora del educador y el aquí y el ahora de los educandos.
Porque en la medida que yo comprendo la relación entre “mi aquí” y “el aquí” de los educandos es que empiezo a descubrir que mi aquí es el allá de los educandos.
No hay allá sin aquí, lo cual es obvio. Sólo reconozco que hay un aquí porque hay algo diferente que es el allá. Solamente es posible conocer un aquí porque hay un contrario.
Si yo estoy en una calle, hay sólo tres posiciones posibles: en el medio, en un lado o en el otro. Los demás son aproximaciones a estas tres posiciones básicas. Si yo estoy en el lado de acá, y quiero ir al otro lado, debo atravesar la calle.
Es por esa razón que nadie llega allá partiendo de allá. Esto es algo que los políticos-educadores y los educadores-políticos nos alvidamos, es decir respetar la compresión del alumno, de la sociedad, la sabiduría popular, el sentido común que tienen los educandos.
Entonces, pretendemos partir de nuestro aquí.
Yo no estoy diciendo que los educadores deben quedarse permanentemente en el nivel del saber popular. Hay una diferencia muy grande entre quedarse y partir.
Yo hablo de partir del nivel en que el pueblo se encuentra, porque alcanzar el allá pasa por el aquí.
Espontaneísmo y manipulación.
5. Evitar el espontaneísmo sin caer en la manipulación.
Hay otra virtud que es evitar caer en prácticas espontaneístas sin caer en posturas manipuladoras.
Esto no es así. El contrario de estas dos posiciones es lo que yo llamo una posición radicalmente democrática.
A esta altura quiero decir que no hay que temer pronunciar la palabra democracia. Porque hay mucha gente que, al escuchar esa palabra, la asocia con socialdemocracia e, inmediatamente, con reformismo.
Teoría y práctica.
6. Vincular teoría y práctica.
Otra virtud es la de vivir intensamente la relación profunda entre la práctica y la teoría, no como superposición, sino como unidad contradictoria. De tal manera que la práctica no pueda prescindir de la teoría.
Hay que pensar la práctica para, teóricamente, poder mejorar la práctica.
Hacer esto demanda una enorme seriedad, una gran rigurosidad (y no superficialidad). Exige estudio, creación de una disciplina seria.
Pensar que todo lo que es teórico es malo, algo absurdo, es absolutamente falso. Hay que luchar contra esta afirmación. No hay que negar el papel fundamental de la teoría.
Sin embargo, la teoría deja de tener cualquier repercusión si no hay una práctica que motive la teoría.
Paciencia e impaciencia.
7. Practicar una paciencia impaciente.
Otra virtud es la de aprender a experimentar la relación tensa entre paciencia e impaciencia, de tal manera que jámas se rompa la relación entre las dos posturas.
Si uno enfatiza la paciencia, cae en el discurso tradicional que dice: “ten panciencia, hijo mío, porque tuyo será el reino de los cielos”. El reino debe ser hecho aquí mismo, con una impaciencia fantástica.
Si nosotros rompemos la relación entre paciencia e impaciencia, dejándonos ganar por la impaciencia, caemos en el activismo. El activismo olvida que la historia existe, no tiene nada que ver con la realidad, pues está fuera de ella.
Texto y contexto.
8. Leer el texto a partir de la lectura del contexto.
Finalmente, yo diría que todo esto tiene que ver con la relación entre la lectura del texto y la lectura del contexto.
Esta es una de las virtudes que deberíamos vivir para testimoniar a los educandos, cualquiera que sea su grado de instrucción (universidad, básico o de educación popular), la experiencia indispensable de leer la realidad, sin leer las palabras. Para que incluso se puedan entender las palabras.
Toda lectura de texto presupone una rigurosa lectura del contexto.